La economía bolivariana implantada por el régimen chavista está sumiendo en la pobreza más absoluta a uno de los países más ricos de América Latina hasta hace apenas diez años. En la actualidad, Venezuela está inmersa en una estanflación (recesión y alta inflación) de graves consecuencias. Sus ciudadanos avanzan hacia el peor de los mundos posibles, contracción económica y elevados precios, gracias a la exitosa socialización de los factores productivos que lleva aplicando de forma progresiva, pero imparable, el comunista Hugo Chávez desde su llegada al poder.
La utopía que el gorila rojo pretende imponer a sus ciudadanos se ha materializado, hasta el momento, en la completa nacionalización de sectores económicos clave. El poder estatal ya se ha hecho con el control de la producción petrolífera y otras materias primas, el sistema bancario, el sector energético, la distribución de alimentos y productos básicos, gran parte de la industria pesada (cementeras) o la propiedad y redistribución de la tierra.
A ello se suma la prohibición por ley de despedir trabajadores, la fijación de precios máximos y salarios mínimos o la censura que sufren los medios de comunicación, entre otras muchas medidas totalitarias que, día sí y día también, son aprobadas a golpe de decreto. De este modo, tras el fracaso electoral que obtuvo su reforma constitucional, poco a poco Chávez está logrando su objetivo último: implantar un régimen comunista en Venezuela.
Hasta no hace mucho, el tirano bolivariano contaba con un firme aliado económico –el petróleo– para mantener bajo control el creciente descontento popular derivado de su política económica. Y es que las ingentes subvenciones públicas otorgadas a su masa de acólitos venían a llenar el vacío que generaba entre los opositores la expropiación de empresas y propiedades, el aumento de la inseguridad jurídica, el cobro de impuestos abusivos, la escasez de productos básicos o la extensión de la pobreza.
Sin embargo, la otrora productiva maquinaria petrolífera en manos privadas se está yendo a pique. La nacionalización de este sector se está materializando en cuantiosas pérdidas, hasta el punto de que su empresa bandera, la estatal PDVSA, está al borde de la quiebra. No es algo nuevo. Al petróleo venezolano le está sucediendo lo mismo que, en su día, padeció la rica industria minera de Bolivia, o la fértil agricultura de Cuba o Zimbabwe (conocido años atrás como el granero de África). La gestión estatal de los recursos acaba siembre, y en todo lugar, en un auténtico desastre económico.
El motor de Venezuela se apaga, y con él las finanzas públicas del régimen bolivariano. De ahí que la deuda pública de Venezuela presente el mayor nivel de riesgo del mundo, tal y como refleja el mercado de Credit Default Swaps (CDS), una especie de seguro que contratan los inversores para cubrirse de posibles impagos.
La gallina de los huevos de oro se agota, y Chávez es consciente de que carece ya de recursos suficientes para acallar la boca de sus súbditos a base de petrodólares. Así pues, no es de extrañar sus recientes soflamas públicas animando a la población a racionar su consumo de luz y agua. De seguir así, dentro de poco, no sería extraño observar la implantación de cartas de racionamiento para la distribución de alimentos. Por el momento, ya resulta casi imposible sacar dinero del país, puesto que se precisa un permiso administrativo para transferir dinero al exterior. Pese a ello, Chávez aún cuenta con la política monetaria de su banco central, ahora también en sus manos, para imprimir billetes a placer.
De hecho, y ante las crecientes dificultades económicas que atraviesa el país, el tirano se ha embarcado en una guerra comercial con Colombia que, paso a paso, va cobrando tintes de conflicto armado en toda regla. Se trata del penúltimo paso hacia la socialización total del país. Y es que no hay nada mejor que la tensión bélica para que el Estado extienda su mano con facilidad hasta donde alcanza su vista. Y si no, ahí tienen la Guerra Fría de la URSS, Corea del Norte, Cuba, Camboya o Vietnam; las ansias imperialistas de Hitler o Mussolini, y tantos otros regímenes totalitarios que han optado por la vía de las armas para acabar imponiendo su control absoluto sobre la economía de mercado. Chávez no es distinto y, por ello, dirige ya a Venezuela hacia una economía de guerra.
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