domingo, 9 de mayo de 2010
Con el paso de los años los muchachos del Savoy nos hemos ido haciendo mayores, Ernie Loquasto dice que incluso su saliva es postiza, al columnista Chester Newman se le nota que a veces escribe con el descreimiento de alguien que ya solo considerase noticia el suicidio de la muerte, y del ex boxeador Sony “Sweet” Sullivan ya casi nadie espera que recuerde el color de sus ojos minuto y medio después de haberlos visto escalfados en el desplanchado espejo del club. A veces uno tiene la sensación de haber bajado por primera vez las escaleras de este antro en una época remota en la que todo era tan invernal y tan oscuro que ni siquiera cabía el agua en la lluvia. Me pregunto cómo pudo pasar el tiempo sin haberlo notado apenas. Fue como haberme que dado dormido a finales de agosto y al despertar por la mañana me encontrase frente a los ojos el árbol de Navidad. ¿Cómo pudo ocurrir todo tan deprisa? ¿Cómo pude despertarme montado en el esqueleto del caballo en la nana de cuyo trote me quedé hace rato dormido?Recuerdo, como si acabase de suceder, la noche que escuché aquel consejo primerizo del viejo barman del Savoy. Me recomendó que me tomase “una copa para afrontar la situación y otra, muchacho, para olvidarla”. Ernie Loquasto llevaba poco tiempo al frente del club. Se lo había comprado al viejo Giacomo Pavese, un tipo muy desconfiado del que se decía que cacheaba a su madre antes de abrazarla y que por lo visto había llegado al extremo de zurrarle a su mujer cuando estaba embarazada porque se le metió en la cabeza que aquel hijo no solo no era suyo, sino que ni siquiera parecía seguro que fuese de ella. El rudo Pavese fue cliente del Savoy hasta su muerte. Fue él quien una madrugada me sugirió que me tomase las cosas “con la inquieta calma que se necesita para que el sudor te enfríe la cabeza”. “Todo llega inexorablemente a su debido tiempo, hijo, de modo que métete en la cabeza la idea de que la vida hay que vivirla como la viven esos tipos que saben que lo importante es tomar a tiempo el primer tren que salga tarde”.Antes de que Ernie se tomase a pecho mi educación en el Savoy, fue Giacomo Pavese quien me puso al tanto. “Las cosas –me dijo una de aquellas noches- hay que verlas con una mezcla de realidad y de presentimiento, como hacía mi difunto padre, que tarareaba las canciones del cine mudo”. El viejo Pavese era un hombre muy protegido. Hablar con aquel tipo no estaba al alcance de cualquiera. A mí me vino al pelo el aval de Ernie Loquasto, que era amigo personal suyo y me facilitó una relación breve pero intensa con el anterior propietario del Savoy. En cierto modo fui un privilegiado. Otros fracasaron en el intento de intimar con él. Chester Newman, que llegó a retratarle en sus columnas, suele recordarlo como “aquel tipo hosco y legendario de cuyo corazón muchos presuntuosos solo pueden recordar el olor corporal de sus guardaespaldas”.
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1 comentario:
Bela descrição,consigo imaginar o lugar e quase sentir o olor,ainda q no es agradavel(o 0lor claro).Muito interesante ,quiero mais, porfaaaaa.
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