miércoles, 29 de septiembre de 2010

CONTRA LA MEGAFILANTROPÍA.

Vaya por delante que la filantropía privada me parece un muy importante instrumento de cohesión social y económica. Por muy libre y próspera que sea una economía, siempre habrá individuos que circunstancialmente atraviesen por una mala etapa o que deban hacer frente, por accidente, a unos gastos que superen en mucho sus posibilidades.

El capitalismo no inmuniza contra tales sucesos, sólo va logrando que cada vez sean menos trágicos y que aquello que hace dos siglos hubiese supuesto una muerte inevitable hoy sea un bache, todo lo desagradable que se quiera pero bache. Y, claro, se hace difícil no valorar positivamente las iniciativas destinadas a luchar contra ese tipo de desgracias y contratiempos.

Las clases adineradas siempre han sentido cierta responsabilidad hacia los que tienen menos. Dejemos hablar al sociólogo Edward Banfield, en su conocida obra The Unheavenly City:

Las clases altas consideran que la comunidad (o la sociedad) tiene sus propios objetivos y es capaz de diseñar su futuro. Piensan que es responsabilidad suya servir a la sociedad para lograr que mejore; probablemente porque, como tienen una visión a muy largo plazo, sienten un interés directo en que la sociedad sea mejor en el futuro. En cualquier circunstancia, suelen ser muy activas en asociaciones destinadas a promover el bien público y sentir una fuerte inclinación (no siempre traducida en hechos) a contribuir con tiempo, dinero y esfuerzo a las causas nobles.

No es difícil darse cuenta de que el Estado del Bienestar no es más que una institucionalización y estatalización de esos sentimientos privados. Pero resulta que el Estado del Bienestar no es un buen sustituto de la filantropía privada. No ya porque haya degenerado en una bestia de siete cabezas y diez cuernos, cebada por una explotada clase media –en vez de por la alta burguesía que promovió su creación–, sino porque los objetivos de uno y otra son bien distintos. La filantropía pretende ayudar al caído en desgracia a superar sus dificultades; el Estado del Bienestar pone en marcha servicios que cubren a todos los individuos, con independencia de que los necesiten o demanden o puedan o no pagarlos. La filantropía privada tiene incentivos para no alenar el parasitismo y, en cambio, hacer las veces de red que frene las bruscas caídas libres; el Estado del Bienestar, por el contrario, fomenta el clientelismo y quiere a la gente dependiente.

Los controles que suelen caracterizar a la caridad privada se transforman en una suerte de barra libre –piensen en los derechos universales– cuando anda el Estado del Bienestar de por medio, que acaba siendo productor, director, empresario y filántropo a la vez. Un absurdo que pagamos con unos servicios malos y caros; con una sanidad, una educación y unas pensiones que no sirven a los ciudadanos, sino que convierten a éstos en siervos.

De ahí que sea urgente desmontar el Estado del Malestar, sustituirlo por empresas privadas en competencia y por la filantropía privada. Es posible que alguno objete que los ricos no estarían dispuestos a entregar parte de sus fortunas a la caridad, y que, por consiguiente, las necesidades de muchos ciudadanos quedarían insatisfechas. Sin embargo, el argumento es harto dudoso, pues el mercado logra abaratar continuamente los medios necesarios para desarrollar la filantropía (de modo que con una cantidad igual de riqueza pueden prestarse un mayor número de servicios); y además existe la pulsión natural (mezcla de instinto y de interés personal) a ayudar a los miembros más desfavorecidos (sobre todo, en ausencia de un programa público destinado a cumplir esa función).

Bill Gates.En este sentido, la noticia de que el matrimonio Gates está convenciendo a numerosos multimillonarios –Warren Buffett, David Rockfeller, Ted Turner, George Lucas o Larry Ellison– para que donen a la filantropía privada la mitad de sus riquezas –iniciativa The Giving Pledge– debería ser recibida como una buena nueva, por cuanto tiene de espaldarazo a nuestras tesis. Pero no. Me niego.

Ni qué decir tiene que soy partidario de que cada cual pueda gastar su dinero como lo desee; por eso, entre otros motivos, abogo por desmontar el Estado intervencionista. Pero eso no significa que tenga que considerar que cualquier desembolso, por irracional que sea, va a cumplir con sus pretendidos objetivos. Al cabo, lo que se está respaldando con la iniciativa de los Gates no es la vuelta a una filantropía privada racional, sino la generación de un Estado del Bienestar privado paralelo al público... y con sus mismos vicios.

En primer lugar, me molesta profundamente la idea anticapitalista que subyace a esta iniciativa: los ricos se han aprovechado de la sociedad y deben devolverle parte de lo que le han quitado. Los hijos de los ricos no tienen ningún derecho a heredar semejantes fortunas. La distancia que media entre estas ideas precientíficas y una propuesta legislativa que eleve al 50% el impuesto de sucesiones y donaciones resulta, por desgracia, demasiado corta. Ahí está el caso de Warren Buffett, que no sólo quiere donar su fortuna a la caridad, sino que todos los demás ricos se vean forzados a hacerlo.

Incluso sin recurrir al poder político, esa manera de ver las cosas es una garantía de la disolución de las grandes dinastías y, por tanto, de desacumulación de capital. Los ricos no son ricos porque posean una gran cantidad de bienes de consumo susceptibles de ser repartidos entre los pobres, sino porque son propietarios de grandes empresas, tremendamente eficientes, que se encargan de producir lo que los consumidores van demandando. Si ceden la mitad de su patrimonio a la caridad, o bien desarticulan sus empresas o las colocan en manos de gente que previsiblemente no sabrá dirigirlas con el objetivo de generar riqueza; es decir, liquidarían y destruirían medios de producción empleados para satisfacer necesidades de consumo presentes. Algo así como si decidiéramos comernos la caña de pescar en lugar de seguir utilizándola para capturar peces.

Warren Buffett.Tomemos el ejemplo de Warren Buffett. Probablemente sea el mejor arbitrajista bursátil de la historia. Es la persona más capacitada para corregir los precios de mercado de las empresas (de sus acciones) para que transmitan una información más fidedigna de la realidad y permitan minimizar los errores asociados a la asignación de capital. ¿En qué sentido la donación de la mitad de su cartera de acciones a la filantropía contribuirá al mejor desempeño de tan esencial misión? En ninguno. Del mismo modo que donar la mitad de Microsoft a una fundación caritativa sólo servirá, a medio plazo, para fragmentar la compañía o para imponerle objetivos que no tendrán demasiado que ver con aquello que realmente sabe hacer; es decir, se le impedirá crear riqueza.

Por otro lado, la idea de que si los ricos donan la mitad de sus fortunas a la caridad el mundo será un lugar con muchos menos pobres es harto discutible. Salvo casos muy excepcionales, la pobreza se debe a decisiones y caracteres personales o a un marco institucional inadecuado. Destinar miles de millones de dólares a promover el desarrollo está casi tan condenado al fracaso como lo ha estado durante décadas la ayuda exterior de los Estados. Los países subdesarrollados no necesitan ser inundados con bienes de consumo, sino ser capaces de producirlos; para ello, necesitan contar con unas instituciones favorables a la propiedad privada y las empresas.

La filantropía sólo será útil en los países ricos si se le somete a un continuo escrutinio. Se trata de evitar abusos y de que los receptores cumplan con unos objetivos que, además, deben estar en consonancia con las circunstancias (en especial, en una sociedad como la occidental, donde la tecnología revoluciona cada pocos años el modo de vida). Si no queremos reproducir la burocratización del Estado del Bienestar en las fundaciones privadas, sus gestores deberán estar sometidos a la amenaza de la retirada de fondos si no cumplen su cometido.

The Giving Pledge es un proyecto megafilantrópico que, como le sucede al Estado del Bienestar, parte del error de no adjudicar un espacio muy limitado a la ayuda voluntaria. Los seres humanos se coordinan a través del sistema de precios para maximizar la producción de los bienes económicos que mejoran su bienestar. El resto de mecanismos de creación de riqueza –la caridad o las intervenciones públicas– debería tener un espacio residual, pues no son ni pueden ser la norma en órdenes amplios y complejos en los que intervienen miles de millones de personas.

Los multimillonarios deberían dedicarse a hacer lo que mejor saben: montar empresas fabulosas de software y hardware, arbitrar los precios del sistema financiero, mantener y ampliar la cobertura de los medios de comunicación, producir películas... Si lo desean, pueden hacer un sitio en sus vidas a la filantropía, pero ésta no debe comerse la mitad de sus bienes. Especialmente si, por causas institucionales, no puede ser eficiente.

No lograrán avances significativos en la lucha contra la pobreza, algo que corresponde al sistema de producción de libre mercado, y en cambio sí malograrán sus proyectos empresariales, que sirven para procurar bienestar a la humanidad. Ojalá se deshagan de sus prejuicios anticapitalistas.

martes, 18 de mayo de 2010

Harry Osmond.

No es fácil mantener la reputación de un local nocturno. Si abres la mano, se llena de indeseables; si la cierras, se llena de deudas. El empresario del Misty Club elevó tanto el techo moral de su clientela, que a los pocos meses le cogió el traspaso la propietaria de una mercería. Días más tarde, Jerry McNae estuvo en el 'Savoy' y le dio un consejo a Ernie: "Muchacho, no acabes con las ratas del local o se quedarán sin comida las gatitas. No es razonable suprimirle las cagadas a la paloma de la paz. Lo mío fue un grave error. Me fié de Harry Osmond y mi club era una ruina cuando me dí cuenta de que no se pueden plantar girasoles en un sótano".
Harry Osmond buscó trabajo en el 'Savoy'. Tenía fama de duro y a Ernie le interesaba alguien así para seleccionar la clientela. Harry parecía el tipo adecuado. Se decía de él que un día le dio una paliza a su madre cuando supo que se había quitado las bragas para parirle.
No hay mucho que decir de Harry. No era un tipo inteligente, ni siquiera uno de esos tipos en quienes una ocurrencia parece a veces el raro destello de un talento oculto. Harry Osmond… bueno… Harry Osmond era ancho, eso es todo. Y pegaba duro. Las manos de Harry eran familia numerosa. En una ocasión le dio semejantes bofetadas a un matón en el Misty que al día siguiente fue al oculista porque tenía conjuntivitis ¡en las manos! Harry Osmond era tan corpulento que podría salir corriendo en tres direcciones distintas. Alguien juró haberle visto apagar las luces de casa soplando en las bombillas. Seguramente se trata de una exageración. Le gustaba aparentar por encima de sus posibilidades. La noche que se presentó a pedirle trabajo a Ernie, le dijo: "Soy lo que hay a la vista, señor Loquasto. Con un par de aspirinas podría sobrevivir a un disparo en la nuca. De taxista en el Bronx aprendí que en la tapicería amarilla la sangre se vuelve azul. Soy sórdido y elegante, como una catedral con escalera de incendios…"
Lo del 'Misty' no fue nada nuevo en la vida de Harry Osmond. Años antes quiso limpiar en Dallas la clientela del cabaré de un tal Jack Ruby. Fue en octubre del 63, cuando aquel gángster de poca monta planeaba "con Clay Shaw y con cuatro maricas" el asesinato de John Kennedy. La noche que Osmond entró a trabajar de matón en el Club de Ruby, "cantaba allí una fulana cuya voz le pudría los dientes". Una madrugada estuvo allí "un muchacho joven y poco despierto al que juraría que se le subía a la cabeza el hielo del 'bourbon'". Volvió a ver su rostro el 22 de noviembre, cuando la policía acusó a Lee Oswald del asesinato de JFK. Osmond corrió a la Jefatura de Policía. "Les dije que aquel tipo no podía haber asesinado al presidente. Le conocí del cabaré de Ruby. Oswald sólo le habría acertado a Kennedy en la cabeza disparándole con una paloma mensajera".
"Aquello no habría ocurrido nunca si alguien limpiase a tiempo la clientela del club de Ruby". Nos dijo Osmond años más tarde que "aquella noche los cabrones de la pandilla de Ruby estaban tan nerviosos que recuerdo a Clay limpiándose el culo con el bisoñé de Ferrie". La cantante sabía cosas y acordaron deshacerse de ella. Osmond jura por sus muertos que vio cómo repartían su cuerpo en los maleteros de cuatro coches. Luego les pregunté por ella y Ruby me dijo: "Olvídala, amigo. Creo que tenía cita para una cura de adelgazamiento".
Ernie prescindió de Osmond porque "esto es un cabaré, muchacho, y no podemos contratar las actuaciones telefoneando a nuestro agente en la Santa Sede. Además, amigo, al Cardenal Spellman no le sientan bien los ligueros".
Luego supimos de él que trabajaba en Conney Island pasándole por la mañana la escoba a la playa. Por las noches volvió como chófer al Bronx. Un tipo dijo que su taxi perdía jabón en los semáforos. Harry se casó con una mujer que cuece los libros antes de leerlos.

lunes, 10 de mayo de 2010

Tipos.

Al escuálido Giácomo Fidanza, el traje le sentaba como una carpeta. Su rostro era hielo encuadernado. Años atrás, un cirujano amigo de Ernie le había reparado la mandíbula reforzándosela con el tirador de un féretro ¡Dios santo!, la mirada de aquel tipo te echaba diez años encima. Los días de tórrido calor en el cereal verano de la ciudad, Giácomo Fidanza sudaba resina. Apenas se inmutaba. Alguien como él se tomaría tres disparos en el vientre como un cumplido. Fue Lorraine Webster quien me dijo una madrugada: "No me gusta ese tipo, Al. No me infunden confianza los tipos cuya sonrisa es como si le tirasen los puntos de fimosis".
Cuando le conocí, Giácomo Fidanza alternaba en el 'Savoy' con Jeff Marauder y con Rebeca Labelle, una ex actriz que arrastraba del cine mudo la desagradable costumbre de sorber las frases con los mocos. Jeff era treinta años más joven que Rebeca, pero le ayudaba a derrochar las sobras de su fortuna dándole a cambio unos cuantos revolcones en los que se sentía "como si estuviese profanando el Cementerio Nacional de Arlington". ¡Jeff Marauder…! Presumía de escritor cinematográfico, pero en realidad sólo había hecho incursiones en un par de películas sucias en las que el actor principal era un pene. El tipo venido de la costa nos dijo que la mayor proeza literaria de Jeff Marauder había sido escribirle los jadeos a José d'Alessandro para una película de Paul Morrisey.
La última vez que estuvieron Rebeca y Jeff en el 'Savoy', cenaron a nuestra mesa con Harry Pallantine, un tipo tan poco memorable que los camareros intentaban cobrarle cuatro veces la misma cuenta. Aquella madrugada, Harry le dijo a Rebeca: "Me gustaría saber tu secreto para conservarte tan vieja, nena". Ella guardó silencio. Harry era demasiado gris como para reparar en él. En Harry Pallantine, incluso la calva parecía postiza…

domingo, 9 de mayo de 2010

Con el paso de los años los muchachos del Savoy nos hemos ido haciendo mayores, Ernie Loquasto dice que incluso su saliva es postiza, al columnista Chester Newman se le nota que a veces escribe con el descreimiento de alguien que ya solo considerase noticia el suicidio de la muerte, y del ex boxeador Sony “Sweet” Sullivan ya casi nadie espera que recuerde el color de sus ojos minuto y medio después de haberlos visto escalfados en el desplanchado espejo del club. A veces uno tiene la sensación de haber bajado por primera vez las escaleras de este antro en una época remota en la que todo era tan invernal y tan oscuro que ni siquiera cabía el agua en la lluvia. Me pregunto cómo pudo pasar el tiempo sin haberlo notado apenas. Fue como haberme que dado dormido a finales de agosto y al despertar por la mañana me encontrase frente a los ojos el árbol de Navidad. ¿Cómo pudo ocurrir todo tan deprisa? ¿Cómo pude despertarme montado en el esqueleto del caballo en la nana de cuyo trote me quedé hace rato dormido?Recuerdo, como si acabase de suceder, la noche que escuché aquel consejo primerizo del viejo barman del Savoy. Me recomendó que me tomase “una copa para afrontar la situación y otra, muchacho, para olvidarla”. Ernie Loquasto llevaba poco tiempo al frente del club. Se lo había comprado al viejo Giacomo Pavese, un tipo muy desconfiado del que se decía que cacheaba a su madre antes de abrazarla y que por lo visto había llegado al extremo de zurrarle a su mujer cuando estaba embarazada porque se le metió en la cabeza que aquel hijo no solo no era suyo, sino que ni siquiera parecía seguro que fuese de ella. El rudo Pavese fue cliente del Savoy hasta su muerte. Fue él quien una madrugada me sugirió que me tomase las cosas “con la inquieta calma que se necesita para que el sudor te enfríe la cabeza”. “Todo llega inexorablemente a su debido tiempo, hijo, de modo que métete en la cabeza la idea de que la vida hay que vivirla como la viven esos tipos que saben que lo importante es tomar a tiempo el primer tren que salga tarde”.Antes de que Ernie se tomase a pecho mi educación en el Savoy, fue Giacomo Pavese quien me puso al tanto. “Las cosas –me dijo una de aquellas noches- hay que verlas con una mezcla de realidad y de presentimiento, como hacía mi difunto padre, que tarareaba las canciones del cine mudo”. El viejo Pavese era un hombre muy protegido. Hablar con aquel tipo no estaba al alcance de cualquiera. A mí me vino al pelo el aval de Ernie Loquasto, que era amigo personal suyo y me facilitó una relación breve pero intensa con el anterior propietario del Savoy. En cierto modo fui un privilegiado. Otros fracasaron en el intento de intimar con él. Chester Newman, que llegó a retratarle en sus columnas, suele recordarlo como “aquel tipo hosco y legendario de cuyo corazón muchos presuntuosos solo pueden recordar el olor corporal de sus guardaespaldas”.

martes, 27 de abril de 2010

¿Estos eran los brotes verdes ?

Probablemente el lector no se acuerde ya, pero durante el primer trimestre de 2009 el Gobierno de Zapatero nos estuvo bombardeando con una serie de eslóganes propagandísticos en los que prometía que a partir del mes de marzo... de 2009 el Plan E (aquella juerga que se corrieron los ayuntamientos a costa de 8.000 millones de euros de los contribuyentes, el doble de lo que se espera recaudar cada año con la subida del IVA) empezaría a surtir sus efectos: comenzaríamos a crear empleo y tocaríamos fondo.

"Lo peor de la crisis ya ha pasado", se nos juraba, y Salgado incluso decía ver brotes verdes por suelo peninsular. Bien, más de un año después seguimos igual –perdón, peor– y ya hemos alcanzado la no por simbólica menos escandalosa tasa de paro del 20%.

Que Zapatero lleva fracasando y haciéndonos fracasar a todos los españoles no apesebrados desde que llegó al poder parece ahora evidente, lo cual no obsta para que persevere en su huida hacia adelante. Conocido el fatídico dato gracias a una chapuza del INE, asegura que, esta vez sí que sí, no superaremos el 20%. A partir de ahí empezará a bajar el paro. No le negaré cierta inteligencia en esta estrategia cortoplacista, pues salvo en 2008 la economía española ha creado empleo entre abril y julio casi desde los íberos. No un empleo de demasiada calidad, no de ése que el muy socialista Zapatero proponía eliminar y sustituir por uno más productivo, más estable y más formado, pero tampoco estamos para ponernos estupendos, ¿verdad? Con que las ETTs socorran a los gobiernos socialistas por enésima vez, permitiéndoles maquillar un poco más las estadísticas del desempleo (porque ni en el 93 ni ahora los respectivos Ejecutivos eran mancos a la hora de manipular los datos), ya parecen conformarse. Suficiente.

Pero el caso es que el resto de los españoles, parados, empleados, empresarios, ahorradores, inversores o consumidores, no deberíamos conformarnos con esta agonía zapateril en la que parece querer llevarse por delante al resto de la sociedad. Un 20% de paro sólo exterioriza una economía desestructurada y hecha añicos; una desconexión pasmosa entre un sector social en bancarrota y otro que mal que bien sigue funcionando aunque cada vez con más dificultades.

Por mucho que algunos lumbreras ecologistas, de esos que tanto agradan a Zapatero y al socialismo realmente existente, aseguren que sobran españoles, que las economías capitalistas no dan para más, el esfuerzo y el ingenio humano son el origen de todas nuestras riquezas. Producimos las máquinas, las infraestructuras, los recursos naturales, las mercancías, los servicios, la investigación o la ciencia gracias a esa escasísima materia prima. Que un 20% de los españoles sean incapaces de ponerse a generar riqueza no es indicativo de que no queda riqueza por crear, sino de que están atados de pies y manos por unas absurdas regulaciones públicas que imponen sobrecostes insoportables a su contratación.

Zapatero se niega a recortar "derechos sociales" porque prefiere crear un ejército de reserva de parados como el que pronosticaba Marx a tolerar un mercado laboral libre en el que todo aquel que quiera trabajar pueda hacerlo y lo haga no en ocupaciones impostadas, sino en empleos dedicados a crear riqueza para españoles y extranjeros.

Nunca hubo brotes verdes porque nuestros políticos se han dedicado a echar cemento sobre la tierra. El del Plan E y tantas otras intervenciones contraproducentes. La receta estaba clara desde un principio pero no la quisieron escuchar: liberalizar mercados y reducir el peso del Estado.

"Es la hora de lo público", repetía Zapatero en 2008 y 2009. Ya vemos, pues, qué sucede cuando "lo público" mete sus narizotas en el mercado. Primero los bancos centrales causaron la crisis y ahora los gobiernos, a cual más socialista, nos dan la puntilla. Sí, qué duda cabe, los mercados no funcionan. Menos mal que estos angelicales estadistas nos protegen.

martes, 20 de abril de 2010

La Coartada de Obama.

En medio de esta oleada ultraintervencionista emprendida por el Gobierno de Obama, respaldada por numerosos "intelectuales" del régimen y dirigida a asaltar a los bancos como si de armas de destrucción masiva se trataran, hay algunos detalles que pasamos por alto. No seré yo quien defienda a Goldman Sachs y demás entidades financieras que medran y se lucran gracias al fraudulento sistema monetario actual, donde un banco central tiene la capacidad para refinanciar casi sin límite las posiciones de iliquidez de los banqueros privados. Ya sabe: "si no puede pagar no se preocupe que yo le presto... y el ciudadano que se coma la inflación y el pésimo crédito".

Sin embargo, para todo hay límites. Goldman será muy malo, pero infinitamente peores son quienes han defendido y sostenido el sistema financiero que permite que Goldman se comporte de ese modo. Por mucho que ahora los Obama, Geithner y cía vayan de defensores del pueblo oprimido, sólo buscan concentrar las culpas en ese muñeco de paja al que llaman mercado para expandir todavía más sus redes de poder. Acusan a Goldman de ser un calamar vampírico que envuelve toda la economía, pero son ellos quienes realmente aspiran a socializarlo y dominarlo todo.

Bien, decía que convendría tener en cuenta algunos detalles que en este caso se suelen pasar por alto. Por ejemplo, si Lehman Brothers era tan malo, tan malo, tan malo como para falsificar sus cuentas mediante ciertas tretas como el repo 105, ¿qué decir entonces de Freddie Mac y Fannie Mae? Estas dos compañías, creadas, patrocinadas, respaldadas y aplaudidas por el Gobierno federal y el Congreso, manipularon sus balances en 2003 y 2004, inflando sus fondos propios en 5.000 y 10.000 millones respectivamente. ¿Le parece poco? Considerando que la primera tenía un capital de 31.000 millones y la segunda de 22.000 no parece escasa la cosa.

Pero no nos centremos en la opacidad, en la manipulación deliberada de sus cuentas para, al fin y al cabo, cumplir con ese mandato público que tanto entusiasmaba a republicanos y sobre todo demócratas de "extender las viviendas en propiedad por todo el país y por toda clase social". Vayamos al desastre concreto que armaron.

Si según los Obama boys Goldman Sachs y los de su ralea, esos avaros especuladores sin escrúpulos, son los culpables de la crisis, entonces se debería notar en las pérdidas que han sufrido durante la crisis, ¿no? Bueno, pues Goldman apenas necesitó de una inyección pública de 10.000 millones para no quebrar que ya fueron devueltos en junio (en realidad ni siquiera eso habría requerido, pues Warren Buffett habría metido gustoso su dinero antes de dejarlo quebrar). ¿Saben cuánto han necesitado hasta la fecha esas niñitas de los ojos de la clase política estadounidense? ¿Saben cuánto dinero han perdido estas dos compañías que regalaban generosamente dinero para las campañas electorales de todos los políticos, pero especialmente a las de los demócratas (Obama se llevó la interesante cifra de 126.000 dólares para llegar a donde está ahora)? Fannie Mae ha necesitado, por ahora, de 75.200 millones de dólares y Freddie Mac de 50.700 por parte del Tesoro para no quebrar (y estas sí, para no quebra); un dinero que a diferencia de Goldman no devolverán jamás.

¿Qué es más? ¿10 ó 126? Yo diría que 126, pero los políticos de Washington lo deben saber mejor. Entre Bush y Obama les han regalado un millón de veces más dinero del que estas compañías entregaron generosamente (repito) a la campaña del senador por Illinois. 126.000 dólares frente a 126.000 millones. De momento a las empresas les sale a cuenta y a los políticos parece que también. Por eso cargan contra el mercado cuando son ellos los responsables últimos de este desaguisado. Culpar a Goldman de la crisis y olvidarse de los monstruos de Freddie Mac y Fannie Mae que ellos contribuyeron a crear sólo ilustra que más que a desmontar el chiringuito, Obama se dedica a cambiarle la decoración.

jueves, 8 de abril de 2010

Greenspan,el genio culpable.

"El excesivo crédito que la Fed inyectó en la economía se desbordó en el mercado inmobiliario, provocando un fantástico boom especulativo. Más tarde, los oficiales de la Reserva Federal intentaron absorber el exceso de reservas y finalmente tuvieron éxito en frenar el boom. Pero ya era demasiado tarde".

Esta radiografía de la crisis, bastante atinada, no es mía. Mi única aportación a la misma ha sido escribir "mercado inmobiliario" donde antes ponía "mercado de valores". Esta sucesión de hechos, que se ajusta como un guante a la crisis que estamos padeciendo hoy, fue escrita en 1966 por Alan Greenspan y pretendía ser una síntesis de las causas de la Gran Depresión de 1929.

Lástima que Greenspan no haya recordado estas sabias palabras a la hora de analizar su actuación durante la gestación del boom inmobiliario ante el Congreso de Estados Unidos. Se proclama inocente, como cabría esperar de alguien que no tenga una marcada pulsión suicida. Su actitud es comprensible, no excusable. Al menos no desde el rigor intelectual.

Es cierto que concentrar todas las responsabilidades en un solo nombre peca de simplista. No hay un único culpable de la crisis, sino muchos, cada uno desde esfera de responsabilidades: los bancos comerciales por conceder hipotecas a 30 años mediante depósitos a muy corto plazo; los bancos de inversión por mantener merced a operaciones repo intradía carteras de negociación repletas de activos ilíquidos; la Administración republicana por gastar sin freno y engendrar unos déficits que sólo Obama ha conseguido que parezcan pequeños; las aseguradoras por olvidarse de todo principio de prudencia actuarial y emitir CDS que de ningún modo podían cumplir con sus niveles de capitalización; los reguladores por favorecer aún más el apalancamiento de la banca, por promover normativas desastrosas destinadas a inflar el precio de las viviendas y por incentivar el régimen de vivienda en propiedad entre las clases menos solventes; las agencias de rating por carecer de una teoría económica fiable que les permitiera anticipar la contracción crediticia; el Banco Central de China no por mantener tipos de cambio fijos con el dólar, como se le suele acusar, sino por respaldar sus emisiones de yuanes con activos a largo plazo nominados en dólares (otro descalce de plazos); y sí, como acusa Greenspan, Freddie Mac y Fannie Mae por aprovecharse de las garantías implícitas del Gobierno para endeudarse contra toda lógica en adquirir activos hipotecarios de altísimo riesgo.

Todo esto es cierto y, en cierto modo, sería injusto culpar a Greenspan por ello. Pero, y he aquí un gran pero, todos estos procesos devastadores para la economía se desarrollan en medio de una orgía crediticia que tiene su causa original en la bajísima financiación que la Reserva Federal presidida por Greenspan otorgó a los mercados financieros. En 2001 y 2002 la economía estadounidense se abocaba hacia una sana liquidación de las malas inversiones acumuladas en los años precedentes. Pero Greenspan rebajó enérgicamente los tipos de interés (más allá incluso de lo que él mismo consideraba necesario, según admitió en sus memorias) y consiguió que los bancos estadounidenses volvieran a endeudarse a corto plazo para invertir a largo. Es inútil fijarse en agregados monetarios del todo insuficientes –como la M0, la M1 o la M2– para conocer el alcance de la intervención de Greenspan: sólo queda leer y analizar sobre los balances empresariales en el brutal apalancamiento a corto plazo en el que incurrieron bancos comerciales, los bancos de inversión, los conduits, las GSE, las aseguradoras financieras e incluso los bancos centrales extranjeros, después de las rebajas de tipos de la Fed.

Sería absurdo sostener que la Fed es capaz de estabilizar el sistema financiero e incluso promover la creación de empleo mediante su intervención continuada en los mercados de crédito a corto plazo –como sostienen muchos economistas– y al mismo tiempo exculpar a la Fed de haber tenido una muy poderosa influencia a la hora de empujar a un colosal endeudamiento a corto plazo entre los agentes. Fue la Fed quien colocó los tipos al 1%, fue la Fed la que hizo posible que los bancos encontraran rentable volver a arbitrar la curva de rendimientos (endeudarse a corto e invertir a largo), fue la Fed quien logró que reaflorar demandantes de crédito. Es decir, fue Greenspan.

Que luego el banco central no obligara a ningún banco privado a endeudarse imprudentemente a corto plazo o a prestar a deudores de alto riesgo o a acrecentar sus fondos de maniobra negativos o a mantenerse infracapitalizados o a sumarse a la especulación inmobiliaria, no quita que fuera él quien sentó las bases para que todo esto sucediera.

Si la Fed hubiese mantenido unos tipos de interés a corto plazo mucho más altos (por ejemplo del 5% o 6%) ni los bancos hubiesen podido incrementar tanto la oferta de crédito hipotecario, ni los estadounidenses menos solventes hubiesen podido demandar tanto crédito hipotecario, ni los bancos de inversión habrían estadp interesados en concertar caras operaciones a corto plazo para invertir en activos de bajo rendimiento, ni el déficit comercial estadounidense hubiese sido tan cuantioso y por tanto el Banco Central de China no hubiese tenido opción a monetizar tanta deuda en dólares (el famoso ahorro asiático que no era en realidad ahorro), ni la burbuja inmobiliaria hubiese alcanzado magnitudes tales como para arramblar a las agencias de seguros, ni las agencias de rating habrían tenido opción a equivocarse tanto y tantas veces, ni Freddie Mac y Fannie Mae hubiesen podido adquirir enormes cantidades de unas titulizaciones hipotecarias de alto riesgo que simplemente no habrían existido.

Por eso Greenspan causó la crisis. No porque sea, ni mucho menos, responsabilidad exclusiva suya, sino porque fue un cooperador necesario, imprescindible, y causa eficiente de todo el proceso. Que el propio Greenspan sea un experto (digo bien) en teoría monetaria y de los ciclos económicos sólo me reafirma en esta posición. Difícilmente podría haberse hecho todo tan bien para que terminara tan mal. Bernanke muy probablemente no hubiese sido capaz sostener la burbuja tantos años y, de hecho, a las primeras de cambio le reventó. Greenspan la aguantó dos décadass. Tiene mérito, aunque sea un mérito de siniestras consecuencias.

La receta, sin embargo, ya la prescribió el propio Greenspan en 1966 y al menos en parte la reafirmó ayer. Las regulaciones en el fondo no sirven, lo que falla es el sistema: "El oro se interpone en este insidioso proceso como protector de los derechos de propiedad. Si uno entiende esto, no debería tener dificultad en comprender la causa del antagonismo frente al oro de los estatistas". Lo sabía y lo sigue sabiendo. De hecho, probablemente pasará a la historia como la persona que más hizo en la práctica por mostrar lo catastrófico del sistema monetario actual basado en un dinero fiduciario de curso forzoso emitido monopolísticamente por un banco central. Aunque él no lo quiera, aunque él lo niegue.

miércoles, 7 de abril de 2010

Eliminar la Corrupción.

Gürtel y el caso Matas en la cúpula del PP; la operación Malaya y Ballena Blanca en la Costa del Sol; las ayudas de la Junta de Andalucía a la empresa Matsa en la que, casualmente, trabaja la hija del ex presidente autonómico Manuel Chaves; el piso de lujo que se ha comprado el hijo de Bono; la vergonzosa ocultación de bienes patrimoniales por parte de toda la clase política, sin excepción; la financiación ilegal del PSOE en la negra etapa de Filesa; la condonación de créditos multimillonarios a partidos políticos; el fichaje de políticos por parte de grandes empresas; la opacidad de las cajas de ahorros; los cientos de cargos municipales imputados y condenados por casos de corrupción urbanística... ¿Seguimos?

Es evidente que casi todo huele a podrido en las instituciones públicas que nos gobiernan, sancionan, multan y regulan hasta la saciedad. Y mientras el sector privado es vigilado con lupa para limitar su actividad en aras de un falso "bien común", todo un ejército de cargos públicos se llena los bolsillos, amasando auténticas fortunas, mediante el regular desarrollo de delitos económicos.

La corrupción política de alto rango, en la que están implicados senadores, diputados y cargos autonómicos, ha llenado las portadas de los periódicos en los últimos tiempos y todo indica que lo seguirá haciendo en los meses venideros. No obstante, y no por casualidad, la clase política se ha convertido en el segundo mayor problema del país por detrás de la crisis, según el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS).

Y ante la obviedad, la tradicional hipocresía de los afectados. Lemas del estilo "no se puede generalizar", "la mayoría somos honrados" o "actuaremos con contundencia reformando nuestros códigos internos" han sido, una y otra vez, los mensajes reiterados a la opinión pública con la malvada esperanza de quitar hierro al asunto.

Pues no, señores. La corrupción nace con la política. Es un mal intrínseco de la actividad pública, algo natural y propio en el ejercicio del poder. Desde la antigua Roma y la mítica Atenas los cargos se vendían al mejor postor realizando toda clase de servicios ilegales a cambio de unas monedas. Nada ha cambiado.

Todos los casos citados anteriormente tienen un denominador común: el pago de dinero por parte de empresas o particulares a cambio de determinados favores cuya otorgación depende, única y exclusivamente, del sector público como, por ejemplo, la concesión de licencias urbanísticas, la apertura de negocios, la evasión de multas y sanciones o la firma de contratos por obras y servicios de toda índole, entre otros muchos.

¿Cómo combatirla? ¿Es posible erradicarla? Por extraño que parezca, la resolución de esta lacra, lejos de ser un tema político, pertenece por entero al ámbito económico. La respuesta positiva a tales preguntas tiene su explicación y origen en el grado de libertad económica de la que disfruta un país. Si a mayor Estado menor libertad, también se corrobora que a mayor Estado mayor corrupción política.

Según el Barómetro de Corrupción Global 2009, elaborado por Transparencia Internacional, "casi dos de cada cinco ejecutivos de empresas encuestados afirmaron que se les había solicitado pagar sobornos al realizar gestiones con instituciones públicas. La mitad estimó que la corrupción aumentaba en al menos un 10% el costo de los proyectos. Uno de cada cinco señaló haber perdido oportunidades comerciales como resultado del pago de sobornos por un competidor. Más de un tercio percibía que la corrupción se está agravando" a nivel mundial.

Se estima que tan sólo en los países en vías de desarrollo y en transición, los políticos y funcionarios gubernamentales corruptos reciben sobornos por un total de entre 20.000 y 40.000 millones de dólares al año, lo que equivale a aproximadamente entre el 20% y el 40% de la ayuda oficial para el desarrollo.

Ahora bien, dicho esto, cabe diferenciar entre unos países y otros. Y hete aquí cuando el cruce de datos confirma lo dicho: 15 de los 20 países menos corruptos del mundo en 2009 son, precisamente, los que gozan de una mayor libertad económica, según el índice que elaboran Heritage Foundation y Wall Street Journal. Nueva Zelanda, Dinamarca y Singapur cuentan con los políticos menos corruptos del planeta, al tiempo que se enmarcan entre las diez economías más libres. Por el contrario, los países más corruptos son también los menos libres económicamente. Sobre todo, países del Tercer Mundo y en vías de desarrollo.

España pasa del puesto 28 que ocupaba en 2008 al 32 en el ránking de corrupción, que incluye un total de 180 países, mientras que en el Índice de Libertad Económica pierde siete y desciende hasta el 36.

La corrupción tiene muy poco que ver con la bondad u honradez de las personas que ocupan cargos públicos, y casi todo con el grado de intervención económica que sufren los individuos y las empresas. Si los rusos y cubanos han sobrevivido durante décadas al puño comunista es gracias al mercado negro (ilegal) y al pago estructural de sobornos para evitar la cárcel. Es un mal endémico del sistema intervencionista.

La corrupción brilla por su ausencia en los mercado libres, con marcos regulatorios simples y favorables a la libertad, ya que, simplemente, no es necesario corromper al político de turno para desarrollar cualquier actividad legítima y acorde al derecho natural del ser humano. Así pues, ni se engañen ni se dejen engañar. Para combatir eficazmente la corrupción hay que liberalizar al máximo los mercados.