martes, 30 de junio de 2009

Agentes de Quién?

Otra vez a vueltas con la confusión. Una confusión que por mor de las circunstancias se acaba convirtiendo en la forma habitual de entender y de operar, de relacionarse a fin de cuentas, hasta el punto de que los humanos –esa especie que según la ministra Aído se adquiere por algunos de los seres vivos en un momento no determinado con precisión y por una causa externa tampoco bien conocida– nos hemos acostumbrado a ello: a esa forma confusa de hablar y de comportarse, configurando una sociedad alienada, a la que nada importa lo que dice y lo que le dicen, convencida de que, de todos modos, el resultado siempre estará fuera de su control y, como se dice en estos casos, sin derecho a reclamación.

Yo no sé ustedes, pero yo estoy harto, hasta niveles de difícil valoración, de oír y, sobre todo de ver, el protagonismo de unos personajes que se hacen llamar agentes sociales, y que deambulan más que hablando, profiriendo vocablos, porque poco o nada tienen que decir; soflamas que las más de las veces ni siquiera son capaces de mantener una coherencia interna. Ya saben ustedes a quien me refiero.

La cosa no tendría más importancia, en toda sociedad ha habido siempre sujetos para todo: desde los que se proponen hacer al bien, a los que su objetivo en la vida es la práctica del delito; desde los sesudos y rigurosos, a los vanos y superficiales; desde los trabajadores estajanovistas, a los vagos e indolentes pertinaces; hasta bufones los ha habido para con sus chascarrillos e historietas distraer a los que hacen de la holganza una profesión. El problema empieza a preocupar cuando contemplamos que estos agentes sociales se convierten en el oráculo de nuestro presidente de Gobierno, el cual permanece impávido, como si la cosa no fuera con él, esperando que del diálogo de aquellos surja la formula mágica llamada a resolver los infinitos problemas de nuestro pobre país y de nuestra maltrecha economía.

Ellos son lo que nos mostrarán la luz en ese camino tortuoso por el que circulamos –y no esos expertos, descalificados con este apelativo por nuestro preclaro presidente– que no saben, ni siquiera imaginan, lo que es gobernar. Qué sabrá el presidente del Banco Central Europeo de lo que comporta la crisis económica y qué hacer para reducir sus efectos; allí, en su despacho de Frankfurt, ajeno a lo que ocurre en el mundo. Lo mismo que el gobernador del Banco de España, éste en la calle de Alcalá; o la Comisión Europea que desde Bruselas se atreve a amenazar a España por lo mal que lo está haciendo ante la recesión económica, expedientándola al menos por cuatro infracciones graves. Frente a estos agoreros expertos, nuestra esperanza está puesta en el resultado de un diálogo entre agentes, que a sí mismo se llaman sociales.

¿De qué sociedad? ¿Alguno de ustedes ha elegido alguna vez a uno de estos personajes como su agente? Porque si no es así, hay necesariamente que preguntarse de quién son agentes. El contrato de agencia es una de las figuras mejor definidas en el ámbito jurídico español. Por medio de él, el principal confía su representación en el agente, delegando en éste ciertas facultades de decisión establecidas con precisión. ¿Cabe decir que la relación entre la sociedad española y UGT, CCOO, CEOE, y cuantas especies de este género quieran incluir en la cesta, es una relación de agencia? ¿Qué parte de la sociedad española ha delegado en los agentes la mínima facultad para tomar decisiones en su nombre y a su cargo? Por no representar, ni siquiera representan unos a los trabajadores, ni los otros, significativamente, a los empresarios. Basta comprobar el ridículo nivel de afiliación que les obliga a vivir, más que como agentes sociales, como parásitos de la sociedad, nutridos por el sacrificado cuerpo sirviente de los contribuyentes.

Esta relación parasitaria, como tantas otras relaciones, precisa de una celestina o, quizá mejor, en este caso de un celestino: el Gobierno de la Nación. Éste es el que se encarga de imponer el yugo del sacrificio fiscal a toda la sociedad para que de los recursos obtenidos puedan vivir aquellos que, sin autorización alguna, se abrogan la representación que nadie les ha concedido, ostentándola bajo el confuso término de "agentes sociales". Unos agentes sin relación de agencia, y un principal que, sacrificado en el desamparo, sólo le queda contribuir para sostener hasta lo que le repugna. Y lo malo es que, como no hay relación de agencia, tampoco existe la posibilidad de dar por finalizada aquella relación; de hecho nunca existió.

Ya que de perdidos al río, piénsenlo bien: ¿Cabe mejor aspiración que la de vivir como agente de un principal que no existe? Ya sé que eso es traicionar el propio concepto de agencia, pero es que la confusión tiene como base la traición. También sé que la relación del híbrido agente con el celestino le obliga al primero a decir cuantas insensateces se le ocurran al segundo, induciendo al engaño que este último pretende, y traicionando una vez más al que se supone que debería ser su principal: la sociedad; no en vano les gusta llamarse agentes sociales.

Pues ya lo saben, quieran o no, todos: mujeres y hombres, autónomos y dependientes, empleados y parados, estudiantes y simples matriculados, niños y niñas, militares con graduación y sin ella –como se solía decir en algún tiempo pasado– disponen de un agente, aunque no lo supieran hasta ahora, que aunque defienda lo contrario a lo que ustedes opinan, tienen que tragárselo, pues ninguna oportunidad se les presentará para evitar que hable en su nombre.

En ello, nada hay de sorprendente: ya nos enseñó el marxismo –y en la misma idea vive su sucesor light, el socialismo– que frente al individualismo de un individuo sin sociedad, había que implantar una sociedad sin individuos. Por eso los agentes, aquí, no necesitan representar a nadie: las personas individuales, no existen. Por lo demás, a esperar que los agentes resuelvan la crisis económica –ya que los expertos no se enteran de nada– y, mientras tanto, eso sí, pagando la relación de agencia; al fin y al cabo, de algo tienen que vivir los pobres, aunque para que unos vivan sin fundamento, otros tienen que sacrificarse, también sin fundamento, pues la única solución del Gobierno es elevar el techo de gasto público. Así que, a pagar y a callar, que la vida son dos días.

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