jueves, 2 de julio de 2009

Los Nacionalistas Gallegos contra FAES y este Estudio.

NACIONAL
LAS PARADOJAS
DE LA “NORMALIZACIÓN”
DEL GALLEGO
Andrés Freire, filólogo clásico y profesor de Lengua Española y Literatura
17/04/2009
Nº 95
Una historia normal
Así lo resume Ferdinand de Saussure
en su clásico Curso de Lingüística General:
(…) Abandonada a sí misma, la lengua
sólo conoce dialectos, ninguno
de los cuales se impone a los
demás, y con ello está destinada a
un fraccionamiento indefinido. Pero
como la civilización, al desarrollarse,
multiplica las comunicaciones, se
elige, por una especie de convención
tácita, uno de los dialectos existentes
para hacerlo vehículo de todo
cuanto interesa a la nación en su
conjunto.
(….) Una vez promovido al rango de
lengua oficial y común, el dialecto privilegiado
rara vez sigue siendo como
era hasta entonces. Se le mezclan
elementos dialectales de otras regiones;
se hace cada vez más complejo,
sin perder del todo por eso su carácter
original: así en el francés literario
se reconoce bien el dialecto de la Isla
de Francia, y el toscano en el italiano
común. Sea lo que fuere, la lengua literaria
no se impone de la noche a la
mañana, y una gran parte de la
población resulta ser bilingüe, y
hablar a la vez la lengua de todos y el
bable (patois) local. Es lo que se ve
en muchas regiones de Francia,
como en Saboya, donde el francés es
una lengua importada y no ha ahogado
todavía el bable del terruño. El
hecho es general en Alemania y en
Italia, donde por todas partes persiste
el dialecto al lado de la lengua
oficial.
Los mismos hechos han sucedido en
todos los tiempos, en todos los pueblos
llegados a cierto grado de civilización.
Los griegos han tenido su
koiné, nacida del ático y del jonio, y a
su lado subsistían los dialectos locales.
Hasta en la antigua Babilonia se
cree poder establecer que hubo una
lengua oficial al lado de dialectos regionales.
(Ferdinand de Saussure.
Curso de Lingüística general. Losada.
Buenos Aires. 1945. Ed 24. 222)
En España, este fenómeno de expansión
de una koiné empezó pronto.
Sin duda, la naturaleza de la reconquista
fue clave al respecto. Gentes de
diversos territorios, que entremezclaban
dialectos romances y vascones,
conviven en terrenos escasamente poblados
y hallan pronto esa revolucionaria
koiné que pasará a llamarse
castellano. Desde Alfonso X, la variante
castellana se convirtió en la lengua romance
de prestigio en el Occidente peninsular.
Sin embargo, en los últimos treinta
años, este proceso histórico ha sido
puesto en entredicho. La ignorancia de
algunos y el interés de otros han aunado
esfuerzos para revertir este pro-
ceso de siglos con la excusa de que
estamos ante una anormalidad resultante
de un supuesto “imperialismo
castellano”. Esta política, inusitadamente
denominada “normalización”,
es la última de las extravagancias que
atraviesa la historia de España. Nuestros
vecinos de allende los Pirineos
disponen también de catalán y vasco,
y nadie ha convertido sus escuelas en
centros de expulsión de la lengua francesa.
En este marco conceptual, se desarrolla
la política lingüística de la Comunidad
Autónoma de Galicia. Treinta
años de una política que ha crecido independiente
del partido en el Gobierno.
Razones de control y poder lo
explican con facilidad. Muchos, con
mejor razón que la mía, han puesto
sus ojos en la conculcación de derechos
que implica. Nosotros preferimos
centrar nuestra mirada en la
creación y desarrollo de una neolingua
y las querellas internas que ésta lleva
consigo.

Cuando todo empezó, no existía “el gallego”.
Lo que había era una suma de
variantes lingüísticas galaicas que, por
comodidad, llamábamos gallego. Éstas
diferían entre sí en cada comarca y estrato
social, al tiempo que el castellano
penetraba inextricablemente en su léxico
y estructura. La lengua vulgar sobrevivía
en entornos populares. El aislamiento
de Galicia había permitido su
supervivencia, justo al tiempo en que
tantas otras variantes lingüísticas hispanas
(leonés, aragonés, mozárabe,
murciano…) desaparecían; y el analfabetismo
del campesinado gallego hizo
el resto. Cuando el romanticismo llegó
ya tardío a Galicia, una minoría intelectual
luchó por convertirla en lengua literaria,
creando un gallego poético algo
artificioso.
A partir de esas hablas, los técnicos
de la normativización debían construir
una lengua reconocible, apta para la
Administración y escuela, distinta de
las dos grandes lenguas que la rodeaban:
el castellano y el portugués. De
ahí que el gallego normativo sea lo que
los lingüistas llaman “lengua ausbau”,
es decir, una lengua de elaboración.
Durante estos treinta años, la cuestión
de la lengua ha dividido al nacio-
nalismo en luchas fratricidas. Han discutido
su vocabulario, su pronunciación,
su morfología y, sobre todo, su
ortografía. Querellas insufribles que,
lejos de calmarse, continúan hoy escindiendo
al nacionalismo gallego. Sin
embargo, hacia el exterior, han hecho
un frente común. Cada vez que ganaban
una batalla, los más radicales
planteaban la captura del siguiente
fortín. Empezaron solicitando el bilingüismo
oficial, prosiguieron con la discriminación
positiva, avanzaron hacia
la desaparición del castellano como
lengua oficial de facto en Galicia, y
ahora sueñan con que el uso de éste
no pase de ser excepcional, con la excusa
del derecho a “vivir en galego”.
Pero, significativamente, al tiempo que
hacían eso, los radicales criticaban
descarnadamente la lengua que ellos
mismos querían imponer.

Cuando todo empezó, cuando no existía
el gallego nuevo, los galleguistas
emprendieron el camino de la normativización.
El régimen autonómico iniciaba
sus pasos y era preciso dotar al
gallego de una normativa estándar
para su uso administrativo y educativo.
El más visible de los dilemas era
el del vocabulario. El gallego no había
alcanzado las ciudades, la vida urbana,
la alta cultura, el mundo moderno.
Si se usaba para hablar de
estas cosas, el hablante nativo acudía
sin problemas al castellano y, como
mucho, lo adaptaba fonéticamente.
Ahora era preciso, sin embargo, inventarse
todo un vocabulario. Una institución
vinculada a la Universidad de
Santiago, el Instituto da Lingua Galega,
se ocuparía de ello.
La duda estribaba en el concepto.
¿De dónde sacar las palabras? Lo
más cómodo era continuar acudiendo
al castellano, como era natural
en Galicia. Pero todos sabían las
consecuencias: el gallego acabaría
siendo no más que un dialecto. La
otra posibilidad era la del portugués,
lengua que se había desgajado del
gallego a finales de la Edad Media. El
problema aquí era que, de hacerlo, la
población no sentiría como propia
esa neolengua.
La opción fue la del diferencialismo.
Se acudió al portugués (al principio,
términos técnicos como orzamento; últimamente
los lusismos incluyen grazas
e, incluso, un nuevo nombre para
Galiza), y se prefirió cualquier variante
lingüística local que difiriera del castellano.
El neogallego era fiel a la etimología
allí donde el castellano se
permitía licencias (adxectivo, substantivo,
voda,avogado,harmonía, respecto,
venres, dúbida, século…), mientras
que, cuando el castellano conservaba
las formas cultas, el gallego prefería el
vulgarismo (auga, choiva, Uxío frente a
5
los más extendidos y correctos agua,
chuvia, Euxenio…).
Suso de Toro, escritor nada sospechoso
de antigalleguismo e intelectual
de referencia de José Luis Rodríguez
Zapatero, protestaba así estas opciones:
Algo de ese deseo de encogimiento
vi cuando se me apareció por primera
vez la palabra “choiva” en un panel
en la autopista. (…) esa forma tan
minoritaria, no utilizada hasta ahora
en la escritura, nos separa de nuestro
contexto lingüístico, de los millones
de personas que en el mundo
dicen “chuvia” y “chuva”. (…) Es un
camino de separación que nos conduce
a fijar una lengua rara, fuera de
contexto. En vez de abrirnos y extendernos,
nos encierra y encoge. Nos
separa de nuestro contexto lingüístico
y nos minoriza. (Suso de Toro.
“Choiva y galescolas”. El País.
4/11/2007)
Como consecuencia del diferencialismo,
el neogallego cuenta hoy con un
vocabulario cambiante y artificioso, repleto
de palabras jamás pronunciadas
por un gallego, palabras de libro y
norma, de difícil uso y de aún más difícil
estudio. Pues, ¿quién va a decir
“peón” cuando quiere referirse a un
peatón? Aún más incómodo, ¿quién
se atreve a pedir un “polbo” cuando
quiere comer pulpo?
¿Cómo suena el neogallego?
La lengua del pueblo (lingoa proletaria
do meu pobo según la cita clásica de
Celso Emilio Ferreiro) pasó a ser lengua
de poder. La usaba la clase política
y nos sorprendía en boca de JR en
la serie Dallas. La duda de muchos
era la siguiente: ¿Cómo había de
sonar el neogallego? ¿Cuál había de
ser su acento y tono, una vez que salía
de aldeas para un uso formal entre
gentes de ciudad? A nadie se le escapa
que el cerrado acento del gallego
de aldea ha sido motivo de mofa
desde hace siglos. Dentro y fuera de
Galicia, ese acento ha sido un rasgo
muy marcado socialmente. Según
marcaba la lógica, los urbanitas neofalantes
habrían de asumir los otrora
denostados acentos del pueblo.
No ocurrió así. Los dos rasgos más
característicos de la lengua, dialectales
pero bastante extendidos, fueron
condenados por demasiado rústicos.
Me refiero al seseo y la gheada (El primero
es conocido en el dominio hispánico.
En cuanto al segundo, /j/ por
/g/, es muy característico de amplias
zonas gallegas: soy de Vijo y no lo
niejo). Ante ellos, como ante otros muchos
rasgos, la minoría normativizadora,
que no era de aldea, que en los
más de los casos ni siquiera era gallegohablante
de cuna, mantuvo los prejuicios
lingüísticos seculares y prefirió
un neogallego que sonara como… el
castellano de Galicia. El cerrado
acento de aldea fue visto –es visto–
como un rasgo lingüístico a desterrar.
Ya lo había denunciado Xesús Alonso
Montero en un muy conocido artículo:
En efecto, o escritor máis enxebrista
(casticista), tan enxebrista que, ás
veces, faise hiperenxebrista, é galeguista
–anticastelanista– no vocabulario
e na gramática, pero na
fonética, el, tan galeguista, é antigaleguista.
O escritor –ou o orador– que
rexeita (rechaza) a gheada e mailo
seseo, constrúe un galego de aversión,
de xenreira (odio) ó galego
(Xesús Alonso Montero. O escritor galego
e o problema da lingoa. Actas do
I Congreso. A lingua galega: Historia
e actualidad. Volumen II. Santiago de
Compostela. 12. 1996).
Un paradójico ejemplo lo hallamos
en el discutido topónimo A Coruña. La
tradición medieval era clara al respecto;
en gallego se decía A Cruña. Los
autores nacionalistas (Castelao et alii)
habían concurrido en esto y usaban así
el topónimo. Sin embargo, para los normativizadores,
el Cruña que usaban los
aldeanos sonaba demasiado “rústico”
de modo que discurrieron un híbrido
poco creíble: A Coruña…
Como consecuencia del castellanismo
fonético, el acento cerrado de
las clases populares sigue siendo un
rasgo marcado negativamente en Galicia,
sea cual sea la lengua en la que el
hablante se exprese. Un estigma social
que ha de depurar quien aspire a
alzarse socialmente sobre su origen.
La criticada diglosia sigue, pues, vigente
en Galicia.
Isolanos frente a reintegratas
Pero la gran batalla intergalaica, aquella
que señorea cualquier discusión
sobre la lengua y hace estallar en insultos
los foros internos del nacionalismo,
es la que disputa las grafías de la neolengua.
Los isolacionistas defienden la
existencia de una norma lingüística propiamente
gallega. Los reintegracionistas
luchan por acercar (reintegrar) esta
norma a la del portugués. Los más radicales
de estos últimos van más lejos
y acaban de formar la Academia Galega
da Lingua Portuguesa, que intenta que
el gallego se sume al pacto ortográfico
que buscan portugueses y brasileños.
Para ellos, el gallego ya no es lengua,
sino simple dialecto portugués.
Dos razones destacan los reintegracionistas,
una teórica, otra práctica:
La teoría nos recuerda que el portugués
nació de la escisión del gallego,
de ahí que sean dialectos de una
misma lengua. De orden práctico, es
la idea de que el acercamiento al portugués
permitiría a los gallegos el dominio
de una lengua que hablan casi
200 millones de personas, con las
ventajas que ello conlleva.
“El acento cerrado de las clases populares sigue siendo
un rasgo marcado negativamente en Galicia, sea cual
sea la lengua en la que el hablante se exprese”
7
No es éste el lugar para discutir
esos argumentos. Notamos, sólo, que
el esencialismo nacionalista, con su
cosmovisión de identidades estancas
y suprahistóricas, alcanza a la lingüística.
La historia de Galicia ha unido
castellano y gallego, mientras el portugués
–hijo pródigo– desarrollaba
otros caminos. En consecuencia, una
grafía con las soluciones lusas implicaría
una lengua a la que costaría reconocer
como gallega.
Pero el debate sobre la norma sigue
siendo la cuestión palpitante del neogallego.
Éste ha conocido ya tres normas
ortográficas distintas (1982,
1995, 2003), sin que la última de
ellas, la llamada “normativa de la concordia”,
haya abatido la polémica. De
ahí esta curiosa paradoja: quien
quiera encontrar ataques al gallego,
habrá de buscarlos no en los foros del
movimiento de liberación lingüística,
sino en los del nacionalismo gallego.
Algunas de estas críticas son razonadas:
Esta lingua planificada ‘in vitro’ por
Antón Santamarina e Manuel González
é um magnifico exemplo de erratismo,
incoerencia e falta de jerarquizaçom de
criterios, onde o TODO VALE é a norma
simplesmente porque o digo eu.
Otros son simples insultos que preferimos
no reproducir. Invito al lector curioso
a visitar foros como www. vieiros.
com y www.arroutadanoticias.com;
cualquier debate acaba degenerando
en una fiera discusión sobre la norma.
Esta radicalidad no es anecdótica:
el reintegracionismo es dominante
entre la minoría juvenil comprometida
con el idioma. Su idea se ha ido
infiltrando en las élites normativizadoras.
Por último, son maioritarias as opinións
que sinalan que os responsábeis
lingüísticos deberan apostar de
forma máis decidida por achegar o galego
á área lingüística luso-brasileira,
e mesmo, aínda que máis morna
(tibia), a que considera que a nosa posición
no Eixo Atlántico e o maior intercambio
con Portugal debe conducir a
unha maior vinculación entre as formas
galegas e portuguesas. (Monteagudo
y Bouzada (coord.). O proceso de
normalización do galego. 1980-2000.
Política Lingüística: análise e perspectivas.
Consello da Cultura Galega. Santiago
de Compostela. 2002).
El propio Anxo Quintana legitimaba,
incluso alababa, esta corriente en declaraciones
recientes:
E o feito (hecho) de que exista o reintegracionismo,
que nos coloca sempre
no horizonte, o camiño hacia onde o
galego debe de camiñar, paréceme
moi interesante e un movemento moi
“La historia de Galicia ha unido castellano y gallego.
Una grafía con las soluciones lusas implicaría
una lengua a la que costaría reconocer como gallega”
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FAES Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales no se identifica necesariamente con las opiniones expresadas en los textos que
publica. © FAES Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales y los autores. Depósito Legal: M-42391-2004
papeles@fundacionfaes.org
positivo para o país (Quin.tv. Videoblog
del 3/12/2008).
No es aventurado afirmar que, tarde
o temprano, el neogallego revisará sus
normas para abrazar al portugués. Los
estudiantes gallegos, que apenas estudian
hoy en castellano, que llevan años
esforzándose en dominar su ortografía
y léxico, se encontrarán con que las formas
lingüísticas en las que han estudiado
desaparecerán algún día.
El castelego
Y tras tanto dinero, tanto esfuerzo,
¿qué se ha conseguido? El gallego
sigue perdiendo hablantes. En algunas
ciudades, su uso no pasa de ser
anecdótico, al tiempo que el castellano
entra en ámbitos –las aldeas– a
los que apenas había rozado. Crece,
en cambio, el uso litúrgico del gallego.
Lengua usada para las ceremonias
y los actos públicos, pero que se
abandona una vez que las cámaras
no enfocan.
Gallego y castellano ya no son
(nunca lo fueron) lenguas aparte, fáciles
de extricar. Entre ellas hay un continuo
que gradúa el paso entre el gallego
puro y el castellano estándar. El gallego
de aldea, cerrado y difícil de entender,
se extingue hoy al tiempo que se extingue
el mundo que lo vio nacer. Triunfa
el “castelego” (I. M. Roca), el gallego
apenas discernible en su estructura y
léxico del castellano, el gallego que los
medios de comunicación nacionales ya
no se molestan en traducir.
Nada importa. Nada de lo antedicho
es tenido en cuenta. El experimento
para reconstruir al gallego ha de proseguir
cueste lo cueste. Ante él se inmolan
la educación, la política cultural, la
economía, los derechos individuales. Y
también el sentido común. Sobre todo
el sentido común.
“Y tras tanto dinero, tanto esfuerzo, ¿qué se ha
conseguido? El gallego sigue perdiendo hablantes.
Crece, en cambio, su uso litúrgico”

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